XII
Todo fue bien. Pero no todo marchó tan estupendamente como el episodio de Dwerri, o el acuerdo con Forre acerca del suministro de café a su Heredero Aparente Pwill. ,Y no importa lo complacido que me sentía con mi pequeño éxito local, había un problema que me asustaba continuamente hasta minar mi confianza.
El mismo punto, que me había trastornado y sorprendido en el despacho de Olafsson, en el Acre, siguió volviendo a mí. ¿Por qué había estado yo en Qalavarra, en mi puesto de confianza e influencia, durante siete mortales meses sin utilizar mis oportunidades? Ahora, en realidad, tenía algunos resultados con que pagar mis esfuerzos tardíos pero todo aquel tiempo que yo había estado viviendo como un típico siervo de los que constituían el desprecio para las gentes del Acre, cómodo, bien alimentado, sin exceso de trabajo; mientras que mis paisanos terrestres del Acre estaban intrigando, forcejeando y muriendo.
Cuando me concentraba en está cuestión, parecía perder el control de mi mente. Mi memoria se nublaba. Perdía rastro de las diferencias entre los hechos que en realidad me recordaba y los hechos que pude haber hecho encajar en el subsconciente para resumir el estado de los asuntos cuando lo descubrí.
Por ejemplo, el Acre en sí. Yo había sabido de su existencia... ¡Debí saberlo! Incluso allá en la Tierra circulaban rumores, cuentos, narraciones; en mi primer viaje hasta el Acre para cumplir la misión encomendada por Shavarri me sentía ansioso de comprobar si los rumores eran ciertos. Conocí de inmediato las calles que limitaban la zona, recordando sus nombres al instante. ¿Por qué no podía ir más allá de eso?
Muchas veces permanecía despierto, mirando a la oscuridad de mi habitación, durante horas sin fin antes que mi cerebro torturado se relajase y me permitiese dormir, preocupándome por la-misma paradoja imposible. No podía ser que yo fuese un simple egoísta, un hombre vegetativo y tranquilo, Pwill era un juez demasiado bueno para la humana naturaleza... vorriana o terrestre.., y no hubiese solucionado a una persona de esa índole como tutor de su hijo y Heredero. Sin embargo si yo no lo era, ¿por qué me había mostrado tan pasivo durante aquellos siete meses, cuando mi mismo instinto debía haberme puesto en contacto con la gente del Acre y preguntarles qué es lo que podía hacer mejor para servir la causa de la Tierra desde mi posición única?
Otros recuerdos incontables se amontonaban sobre aquellos cimientos. Me acordé de como Olafsson había ordenado a Ken, Gustav y Marijane saliesen de su despacho cuando me entraron para interrogarme, y como les ordenó que no mencionasen a nadie el episodio. Recordé la mirada de disgusto de Marijane cuando descubrió el escudo de mi casa en mi brazo. Recordé el modo apasionado con que yo traté de convencerla de que estaba equivocada acerca de que yo fuese un simple siervo... y me pregunté si en realidad tuve más interés en convencerla a ella, o en convencerme a mí mismo.
Una vez, mientras estaba luchando todavía con mis desgarrados pensamientos porque me sentía exhausto y no solamente deseaba, sino que necesitaba dormir, se me ocurrió una idea que era demasiado débil para debatirla por mí mismo, así que se limitó a descansar simplemente en la parte delantera de mi mente hasta que la abandoné. La frase es apta; en aquella ocasión, sentí como si la abandonase al irme a dormir, al atravesar el pozo de la oscuridad.
La idea debió de permanecer en mis sueños, porque cuando desperté a la mañana siguiente descubrí que la había llegado a aceptar.
Había perdido la necesidad de justificarme yo mismo en mis acciones. Incluso abandoné el forcejeo imposible. Pero en su lugar tenía una necesidad más fuerte: necesitaba justificarme a mí mismo y a alguien más a quien de ordinario identificaba con Marijane.
Eso me turbó durante un rato. Luego recelé que ella era, después de todo, la primera chica o mujer terrestre que había visto desde que llegué a trabajar a Qallavarra. Quizás, me dije a mí mismo, eso la hacía a ella una especie de símbolo para mí. Yo no había encontrado muy difícil estar sin mujeres, hablando en general y dudaba que hubiese allí una implicación mucho más profunda emocionalmente. Pero necesitaba demostrarlo bien demostrado, al mismo tiempo que explicarlo en palabras, para comprender los motivos que tuve para comportarme como lo había hecho y, desde entonces, en un sentido que fue Marijane quien primeramente me mostró cómo había desperdiciado mi tiempo, por lo que necesitaba también demostrárselo a Marijane.
Por suerte la primera persona que sufrió mi recién hallada autoridad fue alguien tan odiado generalmente como Dwerri. Si hubiese sido alguien que gozase de mayores simpatías entre el resto del personal de la casa de Pwill, no lo habría pasado tan bien coma lo pasé. En particular, comprendí, yo iba a lograr ser odiado y despertar sospechas de tres grupos importantes de la administración de la hacienda.
Los más influyentes eran los miembros jóvenes de la familia de Pwill... entre ellos, las otras esposas además de Shavarri.
No me había equivocado en mi deducción del uso que Shavarri intentaba hacer de la poción o filtro de amor que le traje. Debía llevar esa mujer bastante tiempo insatisfecha con su estado de Sub-dama. Bueno, eso no era sorprendente; todas las esposas jóvenes no se encontraban satisfechas. La única entre ellas era Shavarri que había tenido el valor de hacer algo por remediarlo. Entre los serrallos de las varias grandes casas se permitía una cantidad limitada de visitas, animados, creo, por la esperanza de que los informes útiles que pudieran recogerse de los planes de los rivales en la serie infinita de cabildeos por el poder pudieran averiguarse mediante ese modo de las visitas... y debe haber sido en una de tales visitas que Cosra, de la Casa de Shugurra, sugirió a Shavarri que recurriese a la ayuda de Kramer.
Kramer había descrito a Cosra como una Joven estúpida y codiciosa, o poco más o menos. Ahora dudaba yo de que Shavarri fuese estúpida o codiciosa. Por las sospechas que había concebido hablando con ella reuní que una de las razones no menos insignificantes para decidirse a emprender una acción era la destrucción de su fantasía original acerca de lo que podía llegar a ser la vida como esposa joven.
Pwill era un hombre equilibrado. También él tenía, grandes ambiciones para el futuro de su casa. Con mucha frecuencia, había oído yo, las fortunas de una casa que parecían inmutables en la ascendencia habían sido destruidas por subsiguientes sucesores rivales que luchaban por la jefatura a la muerte del padre fuerte. No estaba dispuesto a dejar que eso ocurriese en su caso si podía evitarlo. Ya no era joven y tenía otros cinco hijos ya mayores, además del Heredero Aparente Pwill.
Eso no había sido desconocido en el pasado, también, porque el hijo de una esposa Joven en la historia había logrado alcanzar el poder arrebatándoselo al Heredero legal. Shavarri albergaba tal esperanza de que la historia se repitiese en su propio hijo. Desgraciadamente para su secreta ambición, poco después de que ella se casase, Pwill decidió que ya había tenido bastantes hijos y adoptó los pasos directos y brutales para asegurarse que sus esposas no darían más. Yo sólo esperaba, por el bien de las esposas, que hubiese recorrido a los servicios de un cirujano terrestre en lugar de dejar el trabajo a uno de los matasanos vorrianos.
Probablemente fue la silenciosa frustración de su sueño de mujer lo que me hizo pensar que Shavarri era menos inteligente de lo que resultó ser. Con certeza, una vez tuvo ella el filtro de amor, no perdió tiempo en usarlo. Al cabo de un par de meses era ella quien llamaba a Pwill y quien en ocasiones, cuando él deseaba compañía en su cama, Shavarri, indefectiblemente, concedía el alto honor. (Las ocasiones, según me enteré por los rumores, cada vez eran menores. Pero es que Pwill ya no era joven). Los celos que despertó esto entre las otras esposas resultaron bastante naturales.
Estaba completamente seguro de que Shavarri nunca permitiría que nadie admitiese que había obtenido para sus fines un filtro de amor terrestre, porque sus planes se habrían derrumbado estrepitosamente, pero pude advertir del modo en que los celos cayeron sobre mí que tras las acortinadas puertas del serrallo las lenguas no dejaban de funcionar y que las mentes agudizadas por años de mezquinos complots e intrigas, iban sumando dos y dos.
Por fin los celos alcanzaron hasta Llaq que probablemente pensó que su influencia como esposa decana y socia única en los asuntos de Estado de su marido eran bastante prueba contra cualquier ataque. Eso le demostró que estaba equivocada, según deduje. Pero de acuerdo con lo que aprendí de Shavarri, me imaginé que en algunos pequeños asuntos Pwill En Persona se había negado a estar de acuerdo con ella y que había aceptado en su lugar el consejo de Shavarri. Shavarri nunca se había excedido en las dosis del filtro de amor e incluso este en su modificación vorriana de la credulina era una droga poderosa capaz de promover la sugestionabilidad.
Y yo le había traído de Kramer una lata llena de dicho material.
Me cosió largo tiempo comprender esto. Cuando por último llegué al punto crucial, casi me abofeteo yo mismo. De acuerdo con las instrucciones de administración que yo había leído, cinco o diez dosis pequeñas producirían un resultado permanente. Dándole medio kilo del material precioso implicaba que Kramer, o quien dio a Kramer sus órdenes, deseaba que Shavarri explotase hasta el máximo su oportunidad. Empapado hasta las entrañas de credulina. —A Pwill aceptaría de ella el consejo más loco y sería incapaz de oponerse e interrogarla.
Otro grupo de personas de quien sabia que tenía que esperar hostilidad era de menos importancia. Desde mi elevación a la confianza de ambas cabezas de la casa y de su Heredero en el asunto del café, nadie se mostraba ansioso de seguir mandándome que realizase mis pequeños deberes como camarero del servicio. Por consecuencia pronto los dejé a cargo de camareros más jóvenes y puesto que había demostrado ser industrioso en organizar las cosas a mi manera eso significó para todos una carga extraordinaria de trabajo.
Yo no me había dado cuenta de cuán profundamente había alterado las disposiciones que existieron hasta antes de mi llegada, si es que se puede llamárseles así. Incluso en un asunto tan sencillo como el suministro de carne y verduras de la hacienda, llevado de una forma indiferente y descuidada, resquebrajándose por todas las junturas excepto en donde éstas estaban engrasadas y tapadas con sobornos. Yo había contribuido, dando pasos pequeños de cuyos detalles apenas podía acordarme, a mejorar todo ese servicio. Recién llegado de la Tierra, con sagacidad y buen criterio, simplemente, me ofendieron tales mezquindades.
Mientras yo estuve en el trabajo, no di oportunidad a mis subordinados de llevar las cosas de otro modo. Ellos se resentían más acerca de mi origen terrestre que de mis ideas, que eran buenas, como todos podían ver. Ahora que se les dejaba a sí mismos para encargarse de todo el complejo del problema de los suministros, empezaron a ver lo mucho que dependían y habían dependido de mí. No les había importado, naturalmente que yo hiciese todo el trabajo. ¡Para eso estaba yo allí!
Pero yo podía sobreponerme a sus mezquinos enojos. Mucho peor, quizás tan peligrosos como los celos de varias esposas, era la vaciedad de un grupo de personas que yo había previamente ignorado.
Lo supe, de manera vaga, por los indicios tales como la imagen que Swallo conservaba en su despacho junto a la puerta y que sacaba de vez en cuando, al enfrentarse con algún jaleo para depositarla sobre la mesa ante su grueso registro, y eso me indicaba que allí había varios cultos los que los miembros de bajo rango de la casa pertenecían. Había oído los cánticos y la música en festividades ocasionales celebradas en los poblados de la hacienda entre diferentes grupos de trabajadores. Los metalúrgicos tenían un culto fuerte; entre los soldados, otro era popular y cada compañía mantenía por suscripción de sus miembros a una especie de sacerdote. Esa clase de superstición no pareció extenderse mucho entre los altos rangos, en particular dentro de la propia familia.
Dejando aparte aquel juramento —el juramento por los siete dioses de casca olla— que le oí pronunciar, Pwill En Persona parecía no creer en ningún Dios en absoluto. No obstante se veía obligado en ocasiones a presidir ceremonias religiosas; yo estuve presente en varias a pesar de que jamás me fue posible percibir ni rastro de invocación a fuerzas sobrenaturales en lo que se decía o cantaba. El ritual estaba estructurado para inducir a las gentes a una especie de temor y reverencia generalizados. Si en algún sentido era alguien adorado, era Pwill En Persona como cabeza de la Casa.
Pero después de ponerme en el negocio de ser un hombre misterioso yo mismo, en especial después del asunto del látigo de Dwerri que había convencido a mucha gente de que yo era el culpable de lo que pasaba, descubrí que había juzgado mal esta decisión en los diversos sacerdotes y dirigentes religiosos que pretendían aumentar su influencia. Varias veces me encontré confusos amuletos y encantos en mi habitación, bajo mi almohada o clavados en saquitos en la puerta y vino el tiempo en que se me hizo claro que la gente responsable deseaba encontrar algo que fuese más eficiente que los meros conjuros. Una vez, cuando cogí un saco que parecía igual que otro en las largas series de los que (aparecieron clavados a la puerta, algo se movió dentro. Con rapidez lo dejé caer y lo pisoteé y contenía un reptil venenoso, una cosa con cuatro patas y una concha quitinosa y unos colmillos huecos de cosa de dos centímetros de largo.
Al día siguiente efectué una ronda por varios poblados de la hacienda y tan a menudo como pude hacerlo sin ser observado coloqué unos cuantos conjuros propios a la puerta de la Casa del Hechicero.
Consistían en el nombre de Dwerri escrito en letras vorrianas sobre una tira de cuero blanco.
Tan sencillo como era, resultó, y gocé durante varios días de paz completa.
Pero la paz no iba a durar.
Era costumbre, cuando algo iba mal con uno de los vehículos impulsados por energía solar de la hacienda y de construcción terrestre, y allí había varios centenares de ellos, la mayor parte adquiridos por Pwill durante su mandato de gobernador en la Tierra, enviar al Acre en busca de un mecánico que los arreglase si la tarea era demasiado complicada para uno de los mal adiestrados campesinos que eran una especie de herreros en la hacienda.
En el pasado, jamás me tomé la molestia; de trabar conocimiento con cualquiera de estos raros visitantes.
El por qué, era otra pregunta irrespondible.
Una mañana salí para pasear al sol y encontré que uno de los mayores camiones de la hacienda estaba siendo reparado a pleno aire.
Había dos mecánicos trabajando en él. En seguida vi que eran terrestres y me acerqué a saludarles. Para mi profunda confusión, descubrí que uno de ellos era Ken Lee y el otro... Marijane.